25 de mayo de 2008

Cinco

Cuando vi la sangre caer desde mi hombro, punzante e inmóvil, carente de brazo, supe que estaba dormido.

18 de mayo de 2008

Cuatro

Nunca vi un horizonte. Cuando miraba por una ventana, lo único que encontraba eran los cristales del edificio vecino y los que lo rodean. Unos más cortos, otros titánicos, aparecen, crecen, caen y son reemplazados por otros, opacando la línea tras kilómetros de concreto.
Y no digo esto a la ligera. El horizonte fue mi sueño. No buscaba fama o fortuna, no me interesaba llegar hasta él o saber qué se esconde tras sus faldas; aspiraba únicamente a mirar su planaridad.
El hombre nunca fue un obstáculo para mí. Ninguna colección de músculos o cerebros es capaz de frenar la determinación de un enfermo. Dediqué las primeras semanas de mi vida adulta a hallar el estructura más alta de la ciudad. No fue tarea fácil. Analizar cerca de mil quinientos kilómetros cuadrados de bloques, usualmente privados, se dice en meras once palabras, pero requiere varios pares de zapatos para ejecutarse.
Finalmente elegí la Torre Cristal, una larga lanza achatada de la punta, llegando a una altura de setesientos metros. Su cuerpo dotaba a los más crédulos de un hogar que iba desde los ciento treinta metros cuadrados en la base, hasta los ridículos cuarentaydos en la punta. Su precio aumentaba con el número de pisos que debía recorrer el ascensor.

Me tomó una vida de sacrificios, negocios sucios y noches en vela conseguir el dinero suficiente para comprar el penthouse y hacer que el dueño anterior sufriera un accidente que lo obligara a buscar una habitación más cercana al suelo. No me arrepentía de nada, al fin lograría ver la línea del fin de mi mundo.

Las ansias me mataban durante los tres minutos que me tomó llegar a la cima de la torre. Me tomó otros tres abrir la puerta por culpa de mis manos temblorosas. Corrí hasta la ventana, y comencé a llorar: nada más que montañas frente a mi.
No espero que entiendan o perdonen mis actos, sólo quiero que comprendan mis motivos.
Nunca vi un horizonte. La naturaleza me venció donde el hombre fracasó.


11 de mayo de 2008

Tres

Con su cuerpo sin pecado
Me nutre y rejuvenece.
Yace inmóvil sobre el prado
Con su cuerpo sin pecado
Y su cabeza de lado.
Sin sangre, ya palidece.
Con su cuerpo sin pecado
Me nutre y rejuvenece.


4 de mayo de 2008

Dos

Una capa de polvo sobre cada superficie. Pequeñas marcas de patas son lo único que la perturba. Polillas devoran las pesadas cortinas frente al ventanal. El sol vespertino se cuela por sus poros. En el centro, apenas acariciada por la luz, una cadira de respaldo aterciopelado. La tela mira hacia el astillado espejo. Un irregular reflejo junto a un nicho. El seno que extraña la puerta que alguna vez lo selló. Hediondas cenizas revoloteando cerca de él. Hollín ocultando las flores del tapiz. Un velo, otrora blanco, muriendo de negrura. Un mechero haciéndole el amor. En la esquina, lejos de todo, una cama. Sobre el lecho, cuatro piernas, dos narices y un hígado.


27 de abril de 2008

Uno

Desde niño yo sabía que estaba ahí. Inmenso, impenetrable, realmente aterrorizante. Yo sabía que existía, y que no estaba a más de un par de horas de mí, pero nunca me había acercado a visitarlo.
Por años lo vi en fotos y escuché historias de él, el interminable desierto de arena que pocos se atrevían a cruzar, y aún menos lo lograban. No había ninguna razón por la que alguien cuerdo quisiera alejarse de la ciudad para adentrarse en un mundo de sol y calor y poco más. Alguien cuerdo. Pero yo no era alguien cuerdo. En ese entonces ni siquiera me sentía alguien. Yo no era uno, ni siquiera un décimo de uno; no era más que una pequeña partícula inútil con delirios de grandeza. Una pulga queriendo ser hombre.
Un buen día decidí aprender de él, rodearme de su nada amarillenta y dejarme intoxicar por su ausencia.
Tras una pequeña búsqueda, logré que alguien me aproximara a él. Cuando descendí del auto, podía ver todavía una ligera pero molesta capa de vegetación. Caminé hacia las dunas secas. A medida que avanzaba, la vida disminuía en densidad, pero no llegaba a desaparecer. Pasaron las horas, cada vez estaba más solo, más hambreado y sediento, y aún no hallaba lo que imaginaba que habría en el centro.
El único sonido que había, el de mis pasos, se volvía más lento y ligero. Para la caída de la noche, apenas lograba arrastrarme pero continuaba en búsqueda de mi premio en el centro del desierto. Cuando llegó el frío yo ya no pude más, cerré los ojos, sabiendo que moriría y sin lograr ser uno.


Me despertó un fuerte apretón en el pecho. Estaba en un cuarto blanco, semi-desnudo, y con unos brazos rodeándome y presionándome. Escuché un murmullo. Los brazos me soltaron y reconocí ese rostro. Esos ojos color nogal, inflamados y húmedos por un largo llanto, recorrieron todos los tubos y sondas que llegaban a mi cuerpo. Una ligera sonrisa, los dientes superiores mostrando un poco de sarro. Tomó aire y parecía querer decirme algo, pero la detuve. Respiré hondo y sonreí.
No necesitaba tentar a la muerte para convertirme en uno.