13 de abril de 2011

Gris

Por cuarta o quinta vez talló sus ojos. Sabía que nada cambiaría, pero era casi imposible de creer. Las leyendas, al parecer, eran ciertas. O al menos, aquellas que hablaban del color lo eran.

Delante de él, lo único que se veía era gris. El nombre de Planicie Gris era errado; el color dominaba, pero el paisaje estaba lejos de ser plano. Accidentes geográficos cubrían el área, montes, montañas, cañones y grutas hacían su aparición por diversas zonas. Y sin embargo, eran casi invisibles. Ahora, con la luz directa del medio día, apenas se distinguían por la débil sombra que projectaban, o que les cubría. Incluso el horizonte era difícil de divisar, el cielo ligeramente más pálido que la tierra debajo.

Con algo más de esfuerzo, pudo distinguir dos o tres árboles en la lejanía. Siempre del mismo color, tan inmóviles como su contorno. Ningún otro ser vivo o nada que se le pareciera.

Cuando encontró un área que lo satisfizo, se detuvo y abrió su saco. Era ora de probar las otras leyendas. Extrajo una enorme lona roja y la extendió frente a sí, clavado cuidadosamente cada esquina en la tierra para evitar que volase. Después midió el centro exacto, y ahí se arrodilló a esperar. Comenzaba a anochecer, el negro sería un bienvenido cambio de color.

Pasó una larga noche de frío, sin moverse, sin dormir, e incapaz de ver nada. Apenas el gris comenzó a cubrir el mundo de nuevo, una pequeña mancha se volvió visible a la distancia. Poco a poco se volvía más grande y visible. Un anciano se acercaba muy lentamente.

Tuvieron que pasar varia horas antes de que el anciano alcanzara la lona. Se detuvo en la orilla, como temeroso de su color. ¿Qué quieres? -- preguntó buscamente.
- Un trueque
- ¿Un trueque?, ¿qué tienes tú que me pueda interesar?
- Esta lona, y otra del doble de su tamaño. Son tuyas a cambio de un poco de tu posión.

El viejo alzo los labios, sus ojos brillando.
- ¿Has venido hasta aquí por una vieja leyenda?
- Hasta ahora ha resultado ser cierta.
- ¿Y crees que te la daré por dos míseras lonas?
- De acuerdo, ¿qué quieres?
- Si conoces tan bien las leyendas, sabrás ya la respuesta a tu pregunta.

Bajó la mirada, sabía la respuesta, y debía hacer el sacrificio.
- Muy bien, aquí está mi cuchillo.

El anciano sacó dos botellas. Tomando la mano del otro hizo un corte preciso en la muñeca, y llenó la más grande de las botellas con la sangre que fluía de la incisión. Después usó el cuchillo para cortar su propia mano. Un viscoso líquido gris escapó lentamente desde ese viejo cuerpo a la pequeña botella. Dio esta botella al otro, y se fue con su ración de sangre.

6 de abril de 2011

La burla

Parte segunda

Intenté respirar hondo y menear la cucharilla dentro la taza de blanca, con su despreciable contenido, para calmarme. Pero era imposible. Alguien de mi altura y posición no debía soportar semejante trato, pero no sabía qué hacer.

La imagen se repetía una y otra vez en mi memoria. Una joven morena mostrando todos sus dientes, inclinada hacia el oído de su amiga rubia que me miraba sin ningún pudor, con una sonrisa típica de las alemanas de su edad. Era obvio qué hacían ahí: se burlaban. Más obvio aún era a quién se dirigían esas burlas: a mí.

Por unos segundos me rehusé a darme por vencido. No debía permitir que dos féminas sin educación me arruinaran el resto de una jornada ya bastante desagradable. Miré en otras direcciones e intenté distraerme con los cientos de semillas de amapola en mi plato, pero la imagen de esas dos con sus burlas no dejaba a mi mente en paz.

Mis manos comenzaron a temblar e, inevitablemente, un pedazo de pastel resbaló de mi tenedor, dejando una enorme traza cremosa sobre el chaleco. Era más de lo que podía soportar. Me levanté de golpe, gritando "espero que ustedes dos se pierdan en el infierno" mientras me giraba para señalarlas directamente. El grito se ahogó de pronto en mi garganta, y fue reemplazado rápidamente por una carcajada que, por las miradas que recibí, confirmó mi falta de cordura a todos los otros clientes del local. De frente a mí, todavía señalado por mi dedo extendido, la fotografía publicitaria de una clínica dental.