30 de marzo de 2011

La burla

Parte primera

Una desviación inesperada terminó por conducirme a Lipsia, donde habría de pasar la noche antes de retomar mi rumbo. No teniendo nada mejor que hacer, me decidí por una velada de buena música.

Cubierto con mi traje recto de tres piezas, a líneas claras, pañuelo rojo y chistera a juego, caminé los pocos metros que me separaban de la iglesia de San Nicolás. Honestamente, habría preferido una ópera pasional pero, siendo la tierra de Bach y con la poca inspiración que produce el gran edificio de piedra donde se presenta la Compañía de Ópera de la ciudad, un concierto para órgano tenía su atractivo.

El concierto habría sido monumental en casi cualquier otra locación, pero con la pésima acústica que provocan sus columnas, el horrible color de su interior--¡por Dios, una iglesia rosa y verde! ¿en qué estaban pensando?--y la gente que no tiene la menor idea de cómo guardar silencio para escuchar la convirtieron en un martirio. Cuando finalmente los ecos del instrumento terminaron, dejando sólo el eterno murmullo de los visitantes, me escabullí usando toda mi voluntad para no empujar a los que me cerraban el paso.

Necesitaba relajarme. La mejor opción, pensé, sería sentarme en uno de los famosos cafés de la ciudad a disfrutar una bebida caliente y la vista. No tardé en encontrar un buen candidato en una esquina, con vista al antiguo palacio municipal y la plaza principal. Tomé un asiento en el exterior y ordené un chocolate caliente.

Comenzaba a relajarme gracias al vaivén de los lipsienses, cuando llegó mi chocolate. Era realmente asqueroso: tan líquido que era casi agua, con un sabor que me hacía pensar en la misma substancia. Respiré hondo y ordené, mejor, un pan dulce; mejor aprovechar sus éxitos, y no pedirles saber de chocolate.

Apenas el mesero me había dejado un pedazo de pastel de amapola, escuché un extraño ruido a mi lado derecho. Miré discretamente en esa dirección y rápidamente dirigí la vista en otra dirección. No soy de esos vulgares que miran fijamente a la gente. Pero en ese instante tuve tiempo de ver una imágen que me enfureció. Al inicio no estaba seguro, así que aventuré mi vista nuevamente por un instante en esa dirección. Esta vez no había ninguna duda, y lo que ahí pasaba era inconcebible e imperdonable.

23 de marzo de 2011

Explosión

- ¡Apúrense! ¡Mi estómago está por explotar! - una voz gritó al otro lado, apenas se conectó la llamada; la operadora no pudo siquiera dar su nombre.
- Voy a necesitar que se tranquilice, señor. ¿Podría por favor
- Pero es que no entiende - interrumpió un nuevo grito - ¡está a punto de explotar!
- Por favor, señor. Para poder ayudarlo, necesito que se calme y me informe de lo sucedido; ¿ingirió usted algo?
- No hay tiempo para eso, ¡envíen inmediatamente a un experto!
- Ya informamos a los paramédicos, y van en camino a su casa, pero
- ¿Paramédicos? ¿Y para qué demonios quiero yo a un grupo de paramédicos en mi casa? ¿Es que está usted sorda? Necesito que venga un experto, mi estómago va a explotar.
- Señor, si me dice qué comió, tal vez pueda
- ¡Oh por dios! ¿Qué tengo que hacer para convencerla? Pareciera que quiere que me quede aquí esperando para morir.
- No, señor, discúlpeme, estoy solamente tratando de ayudar. ¿Me puede explicar cuál es el problema?
- Mi estómago va a explotar. Muy pronto.
- Pero señor, ¿qué lo hace decir eso? ¿siente algún dolor?
- Simplemente lo sé, y no queda mucho tiempo.
- Tranquilo, intente ahora respirar

Un agudo ruido interrumpió la conversación de golpe. La llamada se cortó inmediatamente después.
La operadora Lobato tomó la siguiente llamada.

16 de marzo de 2011

Victoria

Un paso, otro. Moverse era cada vez más difícil. Levantar una pierna, adelantar el pie unos cuantos centímetros y dejarlo caer de nuevo, era mucho más de lo que se sentía capaz de resistir. Apenas comenzaba a tensar un músculo, cualquiera que este fuera, sentía la agonía del calambre resurgir de sus nervios. Era increíble que hubiera llegado tan lejos, pero más sorprendente aún era que sus pies continuaran llevándolo hacia adelante.
Estaba seco. La última gota de agua lo había abandonado mucho tiempo atrás. A pesar del fuerte sol que ya comenzaba a ocultarse y el calor, no sudaba; no tenía cómo. Su lengua rozaba ruidosamente sobre la dentadura a cada movimiento.
Un paso, otro. La cima estaba ahí, la podía ver. Y sí, estaba seguro que este monte era el último, no había más colinas que escalar, más valles que cruzar, llegaba. Apenas su cabeza sobrepasó la cúspide y pude ver la pequeña villa en las faldas, supo que había vencido a la naturaleza. Todo el desierto, vencido por su propia voluntad.
Habría llorado de la emoción, si sus lagrimales no estuvieran tan secos como la tierra detrás de él. Sabía, en todo caso, que pronto lo haría; la emoción de la victoria lo acompañaría siempre.
Sí, muy pronto. Pocos cientos de metros lo separaban de su meta, y todo el camino de bajada. Sería un juego de niños después de todo lo que había luchado para llegar hasta ahí. Unos cuantos pasos. Pero primero necesitaba descansar un momento. ¿No sería un error llegar a gatas? Sí, mejor llegar caminando, victorioso, sin muestras de lo cerca que estuvo de no llegar. Sólo necesitaba reposar las piernas y tomar un poco de aire. Un segundo solamente y después en marcha.

***


La caravana se puso en marcha apenas salió el sol. No habían cruzado la primera colina cuando uno de los niños comenzó a gritar. Un cuerpo, sentado sobre una roca, la cabeza entre las manos. No respiraba. Llevaba varias horas muerto.
El guía llamó impaciente al grupo a seguir adelante. Uno más que había retado a la naturaleza, y perdido.